miércoles, 26 de septiembre de 2012

Un refugiado elitista en París: Gao Xingjian y la literatura como lujo.


El discurso de Gao Xingjian pronunciado en la Academia Sueca con motivo del premio Nobel se podría considerar toda una declaración de intenciones, lo que para un escritor se podría traducir como la exposición de una estética. Desde el primer párrafo, el pequeño discurso sienta las bases para una comprensión determinada de la escritura, que Xingjian no duda en titular “la razón de ser de la literatura”. El siguiente ensayo, reunido en este mismo volumen “En torno a la literatura”, publicado por Siruela (2003) tampoco se queda atrás en pretensión: “La búsqueda de lo real” define la función de la literatura, que se presenta como actividad única, irreducible, incomparable. 

“Ningún ser mortal puede alcanzar la divinidad, y menos reemplazar a Dios”. Esta proposición sitúa de inmediato el lugar específico que le corresponde a la literatura. No es preciso analizar este aserto desde una perspectiva teológica, dado que aquel se ensarta en un contexto más amplio, según el cual el mayor pecado de los hombres ha sido querer hablar en nombre de valores universales. Los crímenes más atroces han sido cometidos- nos dice Xingjian- por “superhombres de toda condición aclamados como líderes del pueblo”. Es verdad que Xingjian es un exiliado político, y que agradece explícitamente a Francia la acogida en este país, un país que según el autor “honra a la literatura y al arte”. En esta Francia liberal y post-ideológica ha encontrado Xingjian el lugar en el que “crear con libertad”, en el que ha gozado de lectores y toda clase de amigos enamorados de la libertad. Al examinar un poco más de cerca esta clase de libertad, uno halla que la literatura auténtica se encuentra en “la voz frágil del individuo”, condición que otorga la autenticidad de una literatura que, en cuanto canto de alabanza de un país o bandera, “pierde su naturaleza intrínseca”.

La voz del individuo es por tanto el verdadero eje según el cual se vertebra la naturaleza de la literatura según Xingjian. La experiencia individual es el único criterio que permite alcanzar la pureza en la literatura. Toda referencia o utilización de la literatura por parte de un ente anónimo la mutila, la mancha, la distorsiona. El mayor desastre para la literatura es precisamente “la ideología”.Gracias a la descripción de Xingjian, podemos imaginarnos a ese ente frágil y sensible que llamamos escritor, henchido de necesidad por expresar sus profundas emociones, y escribiendo asustado en el fondo de una cueva, huyendo de la espada del terrible Mao Zedong.

Y es que ese deleite, razón de toda escritura vale más que todos los panes y los vinos juntos; vale más que un colchón donde dormir y un plato caliente para comer. La compensación, el goce, el consuelo, son la razón de la escritura para Xingjian: “Si yo me puse a escribir la Montaña del Alma fue simplemente para disipar mi soledad interior”. Una soledad por la que bien vale la pena esconderse en una cueva. Pero es esta impotencia, esta soledad, la que lleva a escritores como Kafka a escribir sin la intención de transformar el mundo: “Ni Kafka ni Pessoa escribieron con la intención de transformar el mundo”. Y es que la esencia del individuo rebasa toda doctrina: “La condición existencial del individuo empequeñece toda teoría sobre su existencia”.

Sin embargo, y a pesar de toda esta miseria existencial de fondo, que apenas permite concebir la literatura como el último resquicio disponible para liberar la frustración, Xingjian- quizás sabiéndose libre ya de toda coacción y en nombre de los reprimidos y explotados por Mao Zedong- afirma de forma tajante que “el único criterio estético insoslayable que acepta la obra literaria es el íntimamente ligado a las emociones humanas”. Dogmatismo insólito, todo hay que decirlo, de parte de un autor post-ideológico y que habla en nombre del minimalismo estético más feroz. Pero Xingjian también tiene una teoría del conocimiento que aplica a la labor del escritor. Citando uno de sus propios ensayos, Xingjian nos revela también que “la literatura es un observar, una mirada retrospectiva sobre la experiencia, la expresión de un estado de ánimo”. La misión del escritor es, en cualquier caso, la contemplación. No en vano Xingjian nos ha alertado contra Prometeo y su obra: la idea de transformar el mundo es un delirio ante el que el escritor debe posicionarse de forma clara. La contemplación del mundo implica convertir el mundo en imago, imagen, con el objeto de crear el sujeto preciso para hacerse dueño de esa imagen mediante el instrumento de la distancia. Pero no solo eso; dado que para Xingjian “el género humano necesita buscar una actividad puramente espiritual que trascienda la simple satisfacción de los deseos materiales”, la literatura no puede ser considerada sino “una pura gratificación espiritual”.Es por todo esto que Xingjian propone lo que él llama una “literatura fría”- cuyo ejemplo más palpable podría ser el de Kafka- porque el arte no está al servicio de ninguna otra causa; en otras palabras, para Xingjian, Kafka escribiría por “el placer de escribir”.

Con estas anotaciones quizás ya sea suficiente para construir una pequeña crítica a las posiciones de Xingjian. En primer lugar, podríamos sugerir que resulta extraña la posición del autor al comparar dos de sus proposiciones. Por una parte, este rechazo explícito del prometeísmo y la necesidad de ubicar al escritor en un entorno frágil- mas auténtico a la vez-. Por otra parte, el fundamentalismo estético del autor le lleva a reclamar una única estética, una única autenticidad, una “realidad estética” frente a la cual toda otra forma de comprender la literatura sería falsa. Esta paradoja es propia de cierto pensamiento postmoderno, muy consciente de sus límites, pero que enseguida los olvida cuando se trata de denunciar lo que denomina con desdén “ideología”.

En segundo lugar, es falso que el arte comprometido -es a lo que se refiere Xingjian- esté necesariamente mutilado o sea inauténtico por hallarse en relación con otras áreas de la existencia. Todo lo contrario; y ahí tenemos muchos ejemplos, de Brecht a Miguel Hernández, de Maiakovski hasta Eisenstein, de George Grosz al Guernica de Picasso. El acontecimiento único de la gran revolución en Rusia produjo en poco tiempo una enorme cantera de artistas, concepciones, proyectos, creaciones y descubrimientos vanguardistas. Ahí se encuentra toda la labor de la Caballería Roja para atestiguarlo.

En tercer lugar, Xingjian no nos convence demasiado con los motivos por los cuales sería preferible convertirse en un exiliado político con tal de escribir. Unas veces la literatura es exceso y excedencia, otras veces la única actividad auténtica. Libertad y necesidad caen sobre el mismo objeto. Escribir se convierte para este autor en un “lujo”, una “gratificación espiritual”, no destinada sino a implosionar las contradicciones internas del individuo y sin reparar en su utilidad social, ni aunque se trate de una utilidad intelectual responsable ante su público. De hecho, Xingjian sostiene una y otra vez que no le interesa su público; escribir se convierte en una actividad solipsista en la que ni siquiera es necesaria la presencia del espectador. Escribir de forma auténtica es, para Xingjian, escribir sin tener en cuenta al público.

El criterio estético de Xingjian se reduce a la expresión de emociones humanas. Sería triste contemplar este criterio como el único posible para la literatura. Muy pobre sería la literatura si no pudiese ejercer, si quisiera, de juez moral, o hablar de esas grandes palabras que asustan a nuestro ilustre premio Nobel. Xingjian quisiera sobreponer la concepción de la literatura como lujo -burgués, digámoslo ya claramente- a todo tipo de explicación sobre la existencia humana. Pero al reducir de forma tan radical el contenido y la misión de la literatura, lo que encontramos no es la esencia de lo real condensada en un discurso superior, sino simplemente un desecho emocional, un despojo de la sensibilidad. Xingjian no ve aquí que la necesidad interior, el sufrimiento personal y la soledad no casan con el lujo aristocrático, prescindible incluso, con el que equipa su concepción de la escritura.

La mención de Kafka es, además, sumamente significativa. Xingjian lo pone como modelo del tipo de escritor en el que piensa cuando resume su estética. Kafka escribe por el placer de escribir; pareciera que en Kafka no cuenta otra cosa más que esto. Lo cierto es todo lo contrario: el sufrimiento continuo de Kafka, el hermetismo de su personalidad, los impulsos suicidas y sus descripciones fantasmagóricas de sociedades dantescas e imposibles, lo ubican más bien como un crítico excepcional de la sociedad de su tiempo; su propia función social real, en cuanto trabajador en una fábrica y a la vez escritor en sus horas nocturnas, es la mejor metáfora de la conformación esquizofrénica de las sociedades capitalistas desarrolladas; sin necesidad de analizar Kafka desde una perspectiva marxista, es innegable que en Kafka laten y se expresan, sin miedo, las negaciones y el malditismo del conjunto de una civilización errada cuya forma fenoménica más inmediata es la del “mundo administrado”, de cuyo análisis se ocuparon también los teóricos de Frankfurt.

Por último, hay que detenerse en la afirmación de Xingjian según la cual la misión del escritor “no es transformar el mundo”. Xingjian, decididamente antimarxista, olvida una cosa muy importante de la cual también Marx da testimonio; que la esencia del hombre es la actividad. Precisamente la literatura también es una actividad, un trabajo. Y precisamente la literatura, en cuanto actividad, en cuanto acto, transforma el mundo de continuo, contribuyendo a darle una forma determinada. El escritor que comunica está transformando ya, mediante su comunicación, los hábitos de pensamiento y las creencias del lector.

Es una ingenuidad pensar que la escritura y la literatura no transforman el mundo, pues toda actividad, aunque se trate de una actividad intelectual, consiste en implicarse en el mundo, transformándolo en algún aspecto. Solo el silencio es justo con la idea platónica de una verdadera contemplación desinteresada. Además, la posición ingenua según la cual no hay que transformar el mundo contribuye a estabilizar y perpetuar una determinada forma de concebir el mundo, a saber, la existente en ese momento de la historia. Cuando esa concepción incluye injusticias flagrantes, explotación, alienación y locura, es justo denunciarlo e injusto e igualmente criminal contemplarlo acríticamente desde una torre de marfil. Esto no significa que la literatura deba convertirse en un apéndice de la política, ni siquiera que deba producir contenidos políticos; pero la literatura debe ser siempre crítica con el mundo en el que vive, y por tanto, un elemento activo, un revulsivo contra lo dado. Sin embargo, incluso esto ya se encuentra muy lejos de concebir la literatura como mera expresión o residuo de las emociones de un individuo solitario y abstracto, enfrentado a la absurda dicotomía de transformar su necesidad interior en regocijo narcisista y autocomplaciente.