El discurso de Gao
Xingjian pronunciado en la Academia Sueca con motivo del premio Nobel
se podría considerar toda una declaración de intenciones, lo que
para un escritor se podría traducir como la exposición de una
estética. Desde el primer párrafo, el pequeño discurso sienta las
bases para una comprensión determinada de la escritura, que Xingjian
no duda en titular “la razón de ser de la literatura”. El
siguiente ensayo, reunido en este mismo volumen “En torno a la
literatura”, publicado por Siruela (2003) tampoco se queda atrás
en pretensión: “La búsqueda de lo real” define la función de
la literatura, que se presenta como actividad única, irreducible,
incomparable.
“Ningún ser mortal
puede alcanzar la divinidad, y menos reemplazar a Dios”. Esta
proposición sitúa de inmediato el lugar específico que le
corresponde a la literatura. No es preciso analizar este aserto desde
una perspectiva teológica, dado que aquel se ensarta en un contexto
más amplio, según el cual el mayor pecado de los hombres ha sido
querer hablar en nombre de valores universales. Los crímenes más
atroces han sido cometidos- nos dice Xingjian- por “superhombres de
toda condición aclamados como líderes del pueblo”. Es verdad que
Xingjian es un exiliado político, y que agradece explícitamente a
Francia la acogida en este país, un país que según el autor “honra
a la literatura y al arte”. En esta Francia liberal y
post-ideológica ha encontrado Xingjian el lugar en el que “crear
con libertad”, en el que ha gozado de lectores y toda clase de
amigos enamorados de la libertad. Al examinar un poco más de cerca
esta clase de libertad, uno halla que la literatura auténtica se
encuentra en “la voz frágil del individuo”, condición que
otorga la autenticidad de una literatura que, en cuanto canto de
alabanza de un país o bandera, “pierde su naturaleza intrínseca”.
La voz del individuo es
por tanto el verdadero eje según el cual se vertebra la naturaleza
de la literatura según Xingjian. La experiencia individual es el
único criterio que permite alcanzar la pureza en la literatura. Toda
referencia o utilización de la literatura por parte de un ente
anónimo la mutila, la mancha, la distorsiona. El mayor desastre para
la literatura es precisamente “la ideología”.Gracias a la
descripción de Xingjian, podemos imaginarnos a ese ente frágil y
sensible que llamamos escritor, henchido de necesidad por expresar
sus profundas emociones, y escribiendo asustado en el fondo de una
cueva, huyendo de la espada del terrible Mao Zedong.
Y es que ese deleite,
razón de toda escritura vale más que todos los panes y los vinos
juntos; vale más que un colchón donde dormir y un plato caliente
para comer. La compensación, el goce, el consuelo, son la razón de
la escritura para Xingjian: “Si yo me puse a escribir la Montaña
del Alma fue simplemente para disipar mi soledad interior”. Una
soledad por la que bien vale la pena esconderse en una cueva. Pero es
esta impotencia, esta soledad, la que lleva a escritores como Kafka a
escribir sin la intención de transformar el mundo: “Ni Kafka ni
Pessoa escribieron con la intención de transformar el mundo”. Y es
que la esencia del individuo rebasa toda doctrina: “La condición
existencial del individuo empequeñece toda teoría sobre su
existencia”.
Sin embargo, y a pesar de
toda esta miseria existencial de fondo, que apenas permite concebir
la literatura como el último resquicio disponible para liberar la
frustración, Xingjian- quizás sabiéndose libre ya de toda coacción
y en nombre de los reprimidos y explotados por Mao Zedong- afirma de
forma tajante que “el único criterio estético insoslayable que
acepta la obra literaria es el íntimamente ligado a las emociones
humanas”. Dogmatismo insólito, todo hay que decirlo, de parte de
un autor post-ideológico y que habla en nombre del minimalismo
estético más feroz. Pero Xingjian también
tiene una teoría del conocimiento que aplica a la labor del
escritor. Citando uno de sus propios ensayos, Xingjian nos revela
también que “la literatura es un observar, una mirada
retrospectiva sobre la experiencia, la expresión de un estado de
ánimo”. La misión del escritor es, en cualquier caso, la
contemplación. No en vano Xingjian nos ha alertado contra Prometeo y
su obra: la idea de transformar el mundo es un delirio ante el que el
escritor debe posicionarse de forma clara. La contemplación del
mundo implica convertir el mundo en imago, imagen, con el objeto de
crear el sujeto preciso para hacerse dueño de esa imagen mediante el
instrumento de la distancia. Pero no solo eso; dado que para Xingjian
“el género humano necesita buscar una actividad puramente
espiritual que trascienda la simple satisfacción de los deseos
materiales”, la literatura no puede ser considerada sino “una
pura gratificación espiritual”.Es por todo esto que Xingjian
propone lo que él llama una “literatura fría”- cuyo ejemplo más
palpable podría ser el de Kafka- porque el arte no está al servicio
de ninguna otra causa; en otras palabras, para Xingjian, Kafka
escribiría por “el placer de escribir”.
Con estas anotaciones
quizás ya sea suficiente para construir una pequeña crítica a las
posiciones de Xingjian. En primer lugar, podríamos sugerir que
resulta extraña la posición del autor al comparar dos de sus
proposiciones. Por una parte, este rechazo explícito del prometeísmo
y la necesidad de ubicar al escritor en un entorno frágil- mas
auténtico a la vez-. Por otra parte, el fundamentalismo estético
del autor le lleva a reclamar una única estética, una única
autenticidad, una “realidad estética” frente a la cual toda otra
forma de comprender la literatura sería falsa. Esta paradoja es
propia de cierto pensamiento postmoderno, muy consciente de sus
límites, pero que enseguida los olvida cuando se trata de denunciar
lo que denomina con desdén “ideología”.
En segundo lugar, es
falso que el arte comprometido -es a lo que se refiere Xingjian- esté
necesariamente mutilado o sea inauténtico por hallarse en relación
con otras áreas de la existencia. Todo lo contrario; y ahí tenemos
muchos ejemplos, de Brecht a Miguel Hernández, de Maiakovski hasta
Eisenstein, de George Grosz al Guernica de Picasso. El acontecimiento
único de la gran revolución en Rusia produjo en poco tiempo una
enorme cantera de artistas, concepciones, proyectos, creaciones y
descubrimientos vanguardistas. Ahí se encuentra toda la labor de la
Caballería Roja para atestiguarlo.
En tercer lugar, Xingjian
no nos convence demasiado con los motivos por los cuales sería
preferible convertirse en un exiliado político con tal de escribir.
Unas veces la literatura es exceso y excedencia, otras veces la única
actividad auténtica. Libertad y necesidad caen sobre el mismo
objeto. Escribir se convierte para este autor en un “lujo”, una
“gratificación espiritual”, no destinada sino a implosionar las
contradicciones internas del individuo y sin reparar en su utilidad
social, ni aunque se trate de una utilidad intelectual responsable
ante su público. De hecho, Xingjian sostiene una y otra vez que no
le interesa su público; escribir se convierte en una actividad
solipsista en la que ni siquiera es necesaria la presencia del
espectador. Escribir de forma auténtica es, para Xingjian, escribir
sin tener en cuenta al público.
El criterio estético de
Xingjian se reduce a la expresión de emociones humanas. Sería
triste contemplar este criterio como el único posible para la
literatura. Muy pobre sería la literatura si no pudiese ejercer, si
quisiera, de juez moral, o hablar de esas grandes palabras que
asustan a nuestro ilustre premio Nobel. Xingjian quisiera sobreponer
la concepción de la literatura como lujo -burgués, digámoslo ya
claramente- a todo tipo de explicación sobre la existencia humana.
Pero al reducir de forma tan radical el contenido y la misión de la
literatura, lo que encontramos no es la esencia de lo real condensada
en un discurso superior, sino simplemente un desecho emocional, un
despojo de la sensibilidad. Xingjian no ve aquí que la necesidad
interior, el sufrimiento personal y la soledad no casan con el lujo
aristocrático, prescindible incluso, con el que equipa su concepción
de la escritura.
La mención de Kafka es,
además, sumamente significativa. Xingjian lo pone como modelo del
tipo de escritor en el que piensa cuando resume su estética. Kafka
escribe por el placer de escribir; pareciera que en Kafka no cuenta
otra cosa más que esto. Lo cierto es todo lo contrario: el
sufrimiento continuo de Kafka, el hermetismo de su personalidad, los
impulsos suicidas y sus descripciones fantasmagóricas de sociedades
dantescas e imposibles, lo ubican más bien como un crítico
excepcional de la sociedad de su tiempo; su propia función social
real, en cuanto trabajador en una fábrica y a la vez escritor en sus
horas nocturnas, es la mejor metáfora de la conformación
esquizofrénica de las sociedades capitalistas desarrolladas; sin
necesidad de analizar Kafka desde una perspectiva marxista, es
innegable que en Kafka laten y se expresan, sin miedo, las negaciones
y el malditismo del conjunto de una civilización errada cuya forma
fenoménica más inmediata es la del “mundo administrado”, de
cuyo análisis se ocuparon también los teóricos de Frankfurt.
Por último, hay que
detenerse en la afirmación de Xingjian según la cual la misión del
escritor “no es transformar el mundo”. Xingjian, decididamente
antimarxista, olvida una cosa muy importante de la cual también Marx
da testimonio; que la esencia del hombre es la actividad.
Precisamente la literatura también es una actividad, un trabajo. Y
precisamente la literatura, en cuanto actividad, en cuanto acto,
transforma el mundo de continuo, contribuyendo a darle una forma
determinada. El escritor que comunica está transformando ya,
mediante su comunicación, los hábitos de pensamiento y las
creencias del lector.
Es una ingenuidad pensar
que la escritura y la literatura no transforman el mundo, pues toda
actividad, aunque se trate de una actividad intelectual, consiste en
implicarse en el mundo, transformándolo en algún aspecto. Solo el
silencio es justo con la idea platónica de una verdadera
contemplación desinteresada. Además, la posición ingenua según la
cual no hay que transformar el mundo contribuye a estabilizar y
perpetuar una determinada forma de concebir el mundo, a saber, la
existente en ese momento de la historia. Cuando esa concepción
incluye injusticias flagrantes, explotación, alienación y locura,
es justo denunciarlo e injusto e igualmente criminal contemplarlo
acríticamente desde una torre de marfil. Esto no significa que la
literatura deba convertirse en un apéndice de la política, ni
siquiera que deba producir contenidos políticos; pero la literatura
debe ser siempre crítica con el mundo en el que vive, y por tanto,
un elemento activo, un revulsivo contra lo dado. Sin embargo, incluso
esto ya se encuentra muy lejos de concebir la literatura como mera
expresión o residuo de las emociones de un individuo solitario y
abstracto, enfrentado a la absurda dicotomía de transformar su
necesidad interior en regocijo narcisista y autocomplaciente.
El mero hecho de escribir, hoy en día ya constituye un auténtico esputo contra el rostro de lo consuetudinario. Si, además, dicha escritura vehicula valores mejores que los presuntamente vigentes, ya hablamos de fiesta total.
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