1
El poema no “pone”
nada sobre la realidad, sino que en función de artefacto sintético,
realiza una descripción en el plano intelectual de aquella
experiencia sensorial y humana no ordenada antes de su incorporación
al concepto. La poesía es entonces síntesis en virtud de ser
primero asumpción y descripción de la experiencia, pero no de una
experiencia “empírica” en sentido positivista, sino de una
experiencia “total” en la que se realiza el contenido futuro de
una síntesis intelectual y sensorial. Frente a esta concepción
“sintética” de la poesía, la experiencia filosófica
tradicional aparecería, inevitablemente, como algo muy distinto de
lo que pretende ser. La función tradicional asociada a la poesía
-la imaginación, la superación de lo empírico por vía de la unión
simbólica que el poeta realiza entre lo humano y lo suprahumano-
aparece de este modo como lo propio de la labor filosófica, que
mediante la creación del sistema justifica y asume
-inconscientemente- la visión romántica y prometeica del genio
tradicionalmente atribuida al poeta. El discurso filosófico es un
acto de “posición”, un agregado conceptual y creativo que
configura lo real, acudiendo para ello a la fuerza artística de la
creación.
2
La configuración en la
labor poética se realiza en un nivel sintáctico. Por el contrario,
la configuración semántica del discurso filosófico impone una
intervención radical sobre la experiencia como dato bruto, la
experiencia como intuición intelectual primordial. El nivel
sintáctico de la poesía exige una elaboración que afecta también
al significado y función inmediato de las palabras en su uso común,
mas ello queda como instrumento de otro fin, que es el fin
propiamente dicho de la poesía: servir como artefacto sintético de
la experiencia. El acto creativo de la poesía existe solo en su
nivel primario, en la elaboración del mundo lingüístico del poema
y también del mundo simbólico que ese mundo lingüístico requiere;
mas el fin del poema en cuanto “todo estructurado” es de una
índole no poética, sino sintética, reproducción de la experiencia
como purificación en el nivel de la palabra de la experiencia misma.
3
La razón que explica
esta renuncia del poema a “poner” un contenido ajeno a lo real
dado como experiencia estriba en que ningún poema pretende
“resolver” un enigma del mundo mediante una comprensión cabal de
su solución que solo sería inteligible propiamente a través de la
elaboración de la experiencia por la razón discursiva. Esto no
significa en absoluto que el poema sea irracional siempre o que no
quepa hallar una racionalidad determinada en la poesía. Pero la
poesía no puede pretender construir un mundo inteligible en el que
las insuficiencias del mundo real queden abortadas y superadas, como
en el sistema filosófico tradicional. Está por ver en qué medida
las antiguas epopeyas griegas podrían servir como sucedáneo de lo
que luego han significado los sistemas filosóficos, de Descartes
hasta Hegel. Quizás la tragedia griega ejemplificase mejor esa
conservación de la insuficiencia y complejidad de lo real que
Homero, en la medida en que los enigmas del mundo material quedaran
no solo irresueltos conceptualmente, sino además amplificados
mediante su incorporación al mito o al símbolo.
(Podríamos preguntarnos
si lo que encontraba el griego en la sabiduría de la poesía antigua
era una totalidad sistemática bien construida – a nivel simbólico,
no necesariamente a nivel conceptual- en la que se resolviesen las
insuficiencias o irracionalidades del mundo material, y no más bien
un conocimiento sintético que asumiese la experiencia sin proceder a
violentarla- como sí hace, al contrario, el sistema filosófico a
través de la construcción del concepto-. Si ese fuera el caso, el
mito aparecería no como la infancia del concepto o la razón ( el
tradicional paso del mito al logos)- sino como su opuesto, en el
sentido preciso de que exige una racionalidad de lo real distinta de
la filosófica y toma una actitud distinta que ésta ante la realidad
de la experiencia.)
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