Aún es posible ocultarse
en los oscuros fiordos
de Noruega
-uno levanta su casa de madera
entre una roca y otra
y se halla protegido-
aún en las cumbres solitarias
y nevadas
hay espacio para el silencio
y la paz.
Eso no sucede
con las llanuras que no conocen
horizontes,
que invocan la muerte
de forma prematura.
A los griegos no les gustaba
lo que carecía de límites
-a pesar de Anaximandro-
y sin embargo muchos,
casi todos,
habitamos
en casas sin verjas,
en barracas sin techo
y desnudas,
como si el frío glacial
no pudiera matarnos.
Pero lo hace.
Nos mata y por eso podemos
hablar la vida.
Tres de la mañana.
Un viento helado roza la ventana.
Afuera no hay luz.
La noche penetra mejor
allí donde no hay límites.
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