Ver es difícil
-decía Wittgenstein en alguna
parte,
quizá-
pero ver en la niebla
es aún más difícil.
El sueño de la noche apaga
el vértigo
hasta que penetra
la luz del nuevo día.
Lo malo de la niebla
no es la incapacidad para ver
-lo que llamamos la ceguera-
pues todavía está por demostrar
la existencia de hombres lúcidos.
Lo malo de la niebla
es no poder hablar
-las manos atadas con cuerdas
o selladas con postigos,
la lengua helada como un hierro-
y esperar el gesto
que nos salve
o al menos nos lleve
hacia nosotros mismos,
en un idioma
que no pueda hablar
el frío.
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