Científicos de
la materia inanimada
-estos ancianos de
tez joven
que se ahogan día tras
día en el mismo vaso
el mismo lugar en la
taberna
enmohecido por el
peso de los periódicos
viejos y las fotos
de los santos
como si un antiguo
diluvio universal
hubiera inundado
cada rostro de este sitio
cada corazón
abierto en vainas de madera
húmeda y olor a
buhardillas cerradas
durante décadas
completas
otro que enhebra su
cigarrillo
con actitud de
cazador
-pero qué podría
cazarse aquí
sino sombras o
reflejos de luz
flexionados por las
piedras-
y mira perturbado el
vaso de vino
otro océano que
amargará su vientre
pero sin duda lo
único que se puede
hacer aquí
eso y esperar el
nuevo féretro
que ya descansa en
el altar
y es honrado por
mujeres jóvenes
vestidas como para
una fiesta
-aquí es lo mismo
el funeral y el día
festivo-
pues es lo mismo
aquello con lo que
se riega
el corazón
lo mismo la mirada
turbia
y sin objeto
que se posa sobre la
mosca
aburrida
lo mismo el viejo
que no quiere
reconocer
su senectud
y lo mismo el joven
que ya es demasiado
viejo
como para
reconocerlo
incluso ahora cuando
se honran estatuas y
se celebran
los frutos
brillantes del olivo
y la vid
algo se detiene
y entonces parece
que hemos
alcanzado
el límite exterior
del tiempo
en el último trago
del muchacho cansado
se pliega sobre sí
el día que muere
para cerrar de nuevo
el círculo.
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