lunes, 7 de julio de 2014

Lemniscata (XIII)


[-1182, 1182]


Rutas manchegas- El sentido común asigna el mayor peligro a la ciudad- es allí donde, a fin de cuentas, la estadística sitúa los índices más elevados de aquellas causas que, propias de la urbanidad, generan mayor ansiedad y mayores causas de mortalidad. Por el contrario, el campo debería ser ese espacio de libertad, tranquilidad y sosiego que permite reincorporar el espíritu escindido a su unidad primigenia: el retorno a la Madre Naturaleza debería aportar aquellos elementos fundamentales de nuestro ser que el dominio del mundo y la civilización han abortado. Pero esto es una falacia, una vez que se tiene contacto real con las cosas que suceden en los pueblos. En el pueblo la presencia de la policía es meramente testimonial: la soledad que permite la contemplación purificadora de los cielos es también la que utiliza el ladrón para introducirse de soslayo en nuestra casa; la conservación de las estructuras arcaicas de la sociedad no solo garantiza un patrimonio común y una estabilidad para el individuo, sino que arruina el contrato de civilidad que sancionaba el ojo por ojo y las pasiones atávicas; es por eso que aquí un hombre puede caer bajo el fusil de un hermano, por rencillas o cuestiones familiares. El peligro de las fábricas modernas, donde el obrero puede caer de un andamio o inhalar un gas mortífero, no existe en los plácidos viñedos manchegos. A cambio, aquí mueren un número indeterminado de personas degolladas o aplastadas por tractores, lo que no parece admitir una solución fácil. La dialéctica no solo penetra la esencia abstracta de las cosas- rige también aquellas que parecerían por principio no aceptarla. La visión plácida de la campiña es solo un mito urbano, que no comprende que el infierno carece de puertas impermeables. La brutalidad inmediata del mal urbano ocultó durante mucho tiempo la existencia de un provinciano pero riguroso Leviatán.

[18 , 18]

Ontologia generalis- El espíritu es la forma inconsciente del foso de barro que lo nutre.

[22,22]

De profundis - Era una noche fulgurante. Yo y ella, dos lunáticos sin duda, únicos observadores de un cielo tan majestuoso como solitario- ahora entendía aquellos bustos clásicos que representaban a los héroes y a los dioses: se trataba de la soledad de la magnificencia. Una melancolía sublime desgarra las cabezas de los dioses en sus gloriosas estatuas. Quizá también era ese rostro el de un Diocleciano que veía caer su lejana, amada Roma. Hablamos infatigablemente durante horas, y a cada palabra dábamos un trago. A partir de cierto instante, comprendimos que beber más no incrementaría nuestra lucidez. Entonces decidí marcharme. A lo lejos, ella permanecía como siempre: fausta, ingrávida, absoluta. Así son las piedras con las que me gusta conversar.

[-1184, 1184]

Orpheus Imago- En un sueño comprendí que no morimos tras la experiencia de la muerte, sino que existimos en una especie de vida de segunda categoría y habitamos cuevas claustrofóbicas, de barro húmedo, y allí, tumbados, casi asfixiados, esperamos unos 800 años hasta volver a nacer en nuestra vida anterior- es decir, hasta que volvemos a vivir la primera de las vidas otra vez. Es el Eterno Retorno, pero cruzado por un Limbo asfixiante tal que, al menos en el sueño, era un millón de veces preferible desaparecer en la nada antes que acabar allí.

[-885, 885]

La esencia de la Idea está anudada, de forma terrible, oscura e intangible, con la contingencia más obscenamente carnal y temporal.

[-985, 985]

Wittgenstein: hay que callar.
Blanchot: No es posible callar.

[-986, 986]

Hay un derecho a reivindicar la utopía y lo imposible. Ese derecho tiene sus raíces en el deseo de hacer justicia a la razón.

[62, 62]


El misterio atrae porque el misterio nos aleja de la repulsión que nos produce toda imagen desvelada.





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