Son
dos muchachos en la hora del recreo; uno de ellos amenaza al otro, lo
hiere incluso. El más débil intenta huir, pero de nuevo su enemigo
lo caza y lo somete a su propia concepción de la violencia. Esta
escena se repite un día tras otro; a veces se trata de la
sustracción del bocadillo, otras veces del agravio, el insulto o el
abuso, casi siempre la humillación de la víctima inocente como
elemento constante. Entonces llega un día que queda grabado en la
memoria del hooligan: la víctima, desquiciada, lanza una amenaza que
truena en el cielo, como una profecía apocalíptica: 'un día cogeré
una escopeta y te mataré'. Al día siguiente se reactivan las
palizas, las humillaciones, la persecución sin fin. Pero la época
escolar se termina, se sucede la adolescencia, los devenires se
bifurcan en mil laberintos traviesos e imposibles y todo aquello
queda relegado al baúl de los recuerdos polvorientos. Muchos años
después, casi una eternidad, vemos almorzando al hooligan en una
pequeña terraza de un pueblo tranquilo. A su lado, sus dos hijas;
enfrente, su mujer
de cabellera rubia y senos prominentes. Es una tarde de verano
soleada y radiante. Pero no por mucho tiempo; un nubarrón se
interpone en la contemplación dominical regada por un poco de
cerveza y marisco. Suena el gatillo. El metal se posa sobre la nuca
como un hielo impasible. Luego vienen los gritos, la sangre, los
niños aterrorizados huyendo hacia el vacío. La profecía se ha
cumplido, han sonado las trompetas; el indomable devenir, una vez
preso de sus propios delirios, curvas, imperfecciones y caprichos,
retorna ahora con los rigores de la ley hacia su propio origen, hacia
su propio destino: por fin el círculo se cierra.
miércoles, 27 de enero de 2016
martes, 19 de enero de 2016
Problema XXX- fragmento-
Nos
reímos de los locos, de esos que dicen cosas tan incomprensibles
como abominables- los juzgamos con conmiseración y, cuando en alguno
de sus discursos dicen cosas disparatadas, nos reímos...pero cuánta
síntesis desquiciada de la experiencia humana hay en esos gritos, en
esas jaculatorias esquizofrénicas y desintegradas, cuánto de
absorción del sentido humano hay en eso, lo podemos comprobar cuando
se trata de locos formados y egregios. Entonces también comprendemos
que en sus discursos quebrados hay sin embargo una gran energía, una
gran confusión, como si se tratara del retorno a un big bang
reprimido sobre el que se ha esculpido su ser- ahí no deberíamos
reírnos, sino asombrarnos y ofrecer un mínimo respeto. Pues he ahí
un ser que ha explotado, un conflicto demasiado pesado, demasiado
doloroso, que ha dicho adiós a la coherencia del mundo para
precipitarse sobre sí mismo; en el delirio escuchamos al alcohólico
y al irredento, al hombre desesperado, invocar todos los ítems que
alguna vez tuvieron sentido en su vida, que formaron los pilares en
torno a los cuales rotaron, cual planetas, todos sus actos, sus
perspectivas, sus pensamientos más profundos; esos ítems emergen
ahora como la estatua de la libertad en El planeta de los simios,
reivindicando que una vez hubo
allí algo grande y digno de ser respetado, exigiendo su derecho a la
memoria y a ser tomado en serio a pesar del caos reinante;
por eso salen esas palabras ítem de los labios del ebrio, del loco,
del desesperado, como plegarias y a la vez como aquello que quiere
salvarse de la total destrucción, del total naufragio, de la noche
interminable, para acaso, no solo salvarse a sí mismas, sino para
salvar también al individuo que las dice, al sujeto náufrago en ese
hundimiento, que sin duda parpadea, casi a punto de apagarse, en el
último llamamiento a la palabra significativa, a la palabra madre, a
la palabra salvadora.
Día de tregua
Érase
una vez un hombre ebrio que vagaba por una ciudad llena de gente
anónima y extraña. En un momento- quizá tras uno o dos vodkas,
quizá en el medio de una tormenta que fraguaba la posterior resaca-
entró en un confesionario. Habló con el sacerdote, comprendió que
aquello era oscuro, que había algo malo en todo ello. Pero lo hizo.
Materialista, ateo, este hombre ha de confesar su pecado más íntimo,
la incapacidad de alcanzar la plenitud- el sacerdote tenía
toda clase de respuestas ante esto, pero a nuestro ebrio materialista
le bastó con dialogar sin necesidad de abominar del sacerdote. En
esa ebriedad extraña, conciliadora, comprendió que lo interesante
es que el marxista y el católico puedan hablar sin llegar a matarse-
algo que quizá nunca pudo comprender en estado de sobriedad. Un
extraño estado de sensatez y lucidez inundó su espíritu, en algún
momento entre la primera cerveza y el último trago de vodka, en
algún instante en el que una luz nunca presente pudo hacer su
inverosímil acto de presencia, estimando como útil y valioso el
hecho de que dos hombres tan distintos pudieran comunicarse y llegar
a una tregua en común.
sábado, 9 de enero de 2016
Valéry o Rimbaud. El silencio como eje articulador de la palabra
Entre
Paul Valéry, que debía escribir a diario, sin falta, en sus famosos
Cahiers, y Rimbaud, que un día decidió no volver a escribir,
debe haber un camino intermedio y transitable. No decir nunca nada
más- porque la poesía se traslada a otro lugar, quizá a una
actividad más relacionada con la vida, pues la poesía- como la
materia- nunca se pierde cuando se trata de la actividad de un poeta,
y decirlo todo, día tras día-aunque también se trate de un día
insulso, vacío, como si las obras del espíritu- por llamarlo de
alguna manera- no tuvieran sus necesarias transiciones, sus ángulos
de reflexión y abandono, que posibilitan en realidad su
continuación- entre estos dos métodos media un abismo. Es más
fácil, sin embargo, imaginar el total silencio- por brusca
desaparición de la potencia creativa, o porque, como Hofmannsthal,
uno se ve incapacitado de pronto para poder decir algo con sentido-
que la actividad creativa incesante a la que se le añade la
capacidad de evitar la grafomanía, porque es difícil escribir en
exceso y al mismo tiempo conservar el nivel y la exigencia de la
escritura. Valéry es un maníaco del lenguaje, y aunque la ética
del trabajo es importante, su seguimiento ortodoxo no garantiza la
calidad de la obra. Porque no hay obra sin silencio, sin el 'trabajo
de lo negativo', por utilizar la imaginería conceptual de Hegel.
'Forzar' la palabra, nada hay más peligroso para la salud de la
palabra. No hay nada malo en el silencio. Bien sea como mediación,
como momento de 'muerte' en el que reposa la palabra, bien sea como
opción ética o estética- Wittgenstein- el silencio deberá siempre
acompañarnos. Pues el silencio es el engranaje oculto de la palabra,
su íntima e ineludible articulación.
sábado, 2 de enero de 2016
El viejo topo (de 'Prometeo en el sendero')
Nunca
antes como ahora fue tan útil la imagen del topo de Marx, que excava
en los subterráneos de la historia preparando el nuevo mundo que un
día saldrá a la superficie. Pero ahora este topo debe vivir quizá
más tiempo aún aquí abajo, en las catacumbas. Casi como los
cristianos primitivos, o como los supervivientes de una catástrofe
nuclear, los topos de hoy en día se ven obligados a abstenerse del
virus que irradia en la superficie, manchándolo todo de muerte y
desesperanza. Todos los proyectos han de llevarse aquí abajo, en
condiciones terribles, en sótanos lóbregos y solitarios. Este topo
ya lleva de hecho una nueva vida y, como en el mejor de los relatos
dialécticos, es al mismo tiempo lo que quiere dejar de ser; una
parte suya está contaminada por el contacto prolongado con la
superficie; la otra no se deja seducir por el caos triunfante y
persevera en lo que muchos otros, ya enfermos, consideran mezquino,
loco o simplemente inútil. Esa inutilidad que persevera es el fuego
de la historia sin embargo, la memoria de la humanidad y la memoria
de una humanidad que no quiere resignarse a convertirse en su propio
cadalso. Esta noche se encenderá de nuevo la hoguera en los
subterráneos; la ceniza que los poderosos creen haber desterrado
para siempre de su corrupto, contaminado mundo, conspira ahí abajo
sin embargo, al calor de un bidón sobre el que se ha puesto un
fuego. El topo saca sus planos, toma su lápiz y reparte un poco de
embutido entre los suyos. La existencia real se niega a morir, se
niega a fracasar. (seguir leyendo en: http://www.amazon.es/Prometeo-sendero--fragmentos-estética-política--ebook/dp/B019RWVB4U/ref=sr_1_2?s=digital-text&ie=UTF8&qid=1451737603&sr=1-2&keywords=david+carril
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