martes, 19 de enero de 2016

Problema XXX- fragmento-


Nos reímos de los locos, de esos que dicen cosas tan incomprensibles como abominables- los juzgamos con conmiseración y, cuando en alguno de sus discursos dicen cosas disparatadas, nos reímos...pero cuánta síntesis desquiciada de la experiencia humana hay en esos gritos, en esas jaculatorias esquizofrénicas y desintegradas, cuánto de absorción del sentido humano hay en eso, lo podemos comprobar cuando se trata de locos formados y egregios. Entonces también comprendemos que en sus discursos quebrados hay sin embargo una gran energía, una gran confusión, como si se tratara del retorno a un big bang reprimido sobre el que se ha esculpido su ser- ahí no deberíamos reírnos, sino asombrarnos y ofrecer un mínimo respeto. Pues he ahí un ser que ha explotado, un conflicto demasiado pesado, demasiado doloroso, que ha dicho adiós a la coherencia del mundo para precipitarse sobre sí mismo; en el delirio escuchamos al alcohólico y al irredento, al hombre desesperado, invocar todos los ítems que alguna vez tuvieron sentido en su vida, que formaron los pilares en torno a los cuales rotaron, cual planetas, todos sus actos, sus perspectivas, sus pensamientos más profundos; esos ítems emergen ahora como la estatua de la libertad en El planeta de los simios, reivindicando que una vez hubo allí algo grande y digno de ser respetado, exigiendo su derecho a la memoria y a ser tomado en serio a pesar del caos reinante; por eso salen esas palabras ítem de los labios del ebrio, del loco, del desesperado, como plegarias y a la vez como aquello que quiere salvarse de la total destrucción, del total naufragio, de la noche interminable, para acaso, no solo salvarse a sí mismas, sino para salvar también al individuo que las dice, al sujeto náufrago en ese hundimiento, que sin duda parpadea, casi a punto de apagarse, en el último llamamiento a la palabra significativa, a la palabra madre, a la palabra salvadora.


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