sábado, 9 de enero de 2016

Valéry o Rimbaud. El silencio como eje articulador de la palabra

Entre Paul Valéry, que debía escribir a diario, sin falta, en sus famosos Cahiers, y Rimbaud, que un día decidió no volver a escribir, debe haber un camino intermedio y transitable. No decir nunca nada más- porque la poesía se traslada a otro lugar, quizá a una actividad más relacionada con la vida, pues la poesía- como la materia- nunca se pierde cuando se trata de la actividad de un poeta, y decirlo todo, día tras día-aunque también se trate de un día insulso, vacío, como si las obras del espíritu- por llamarlo de alguna manera- no tuvieran sus necesarias transiciones, sus ángulos de reflexión y abandono, que posibilitan en realidad su continuación- entre estos dos métodos media un abismo. Es más fácil, sin embargo, imaginar el total silencio- por brusca desaparición de la potencia creativa, o porque, como Hofmannsthal, uno se ve incapacitado de pronto para poder decir algo con sentido- que la actividad creativa incesante a la que se le añade la capacidad de evitar la grafomanía, porque es difícil escribir en exceso y al mismo tiempo conservar el nivel y la exigencia de la escritura. Valéry es un maníaco del lenguaje, y aunque la ética del trabajo es importante, su seguimiento ortodoxo no garantiza la calidad de la obra. Porque no hay obra sin silencio, sin el 'trabajo de lo negativo', por utilizar la imaginería conceptual de Hegel. 'Forzar' la palabra, nada hay más peligroso para la salud de la palabra. No hay nada malo en el silencio. Bien sea como mediación, como momento de 'muerte' en el que reposa la palabra, bien sea como opción ética o estética- Wittgenstein- el silencio deberá siempre acompañarnos. Pues el silencio es el engranaje oculto de la palabra, su íntima e ineludible articulación.


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