sábado, 5 de marzo de 2016

Argonautas ( de 'Mythica lemniscata', vol I)


Un hilo muy fino une al marxista y al revolucionario con el filósofo; no sabemos si porque en todo filósofo hay oculto un revolucionario o porque el revolucionario debe postularse como filósofo si quiere dar sentido y dirección a su revolución. Pero sobre todo están unidos por fundar su tarea en torno a una resistencia, una bestia negra casi omnipotente- y aquí es el casi lo fundamental- en torno a la cual, como pájaros al acecho, se reúnen una y otra vez los discípulos de Platón y los de Marx; la importancia de esta bestia, de este insobornable obstáculo, es tal que define de hecho el espacio y el tiempo, la ética y la metafísica de las labores de estos discípulos; la tensión entre la resistencia y la fuerza que se le opone producen la identidad del filósofo y del revolucionario- en el filósofo, es la tensión hacia el concepto, hacia la Idea; en el revolucionario, la oposición permanente hacia la bestia negra del Capital, todopoderoso animal que ocupa casi todo el espacio existente y pensable. En el 'casi', en la miseria ontológica que, a la manera de residuo, deja la bestia Idea-Capital a su paso, se fraguan todas las estrategias, las artimañas, las tácticas, los repliegues, las teorías y la clase de conceptos que, como atizadores en la leña, harán saltar por los aires las entrañas de la Bestia; es un espacio muy pequeño, casi inexistente, y sin embargo de una importancia extrema: pues es en esa pequeña brecha donde tendrán que vivir el filósofo y el revolucionario. No hay otros campos de lucha, ni siquiera desde la potencia desnuda del concepto, que se puedan permitir estos excavadores insaciables de lo imposible en las entrañas de lo posible-pues no de otro lugar se puede extraer lo imposible-. Entre Platón y Marx, entre el fundador de la Idea-concepto y el iconoclasta filosófico, hay un vínculo oculto, una necesidad solo confesable a medias, cuando no negada. El filósofo del Bien ha de concebir toda una procesión de movimientos de la inteligencia que le lleven a la sagrada contemplación, percepción que no obstante no pertenece a los frutos de la vida- la muerte socrática como apertura a la verdad- sino al dominio del Inframundo; despedazado en dos por el problema del Uno- divina paradoja- y de su realización en el cuerpo mundano, el filósofo Platón introduce sus hilos de pesca en un océano del que ya no puede salir; la Bestia es más grande de lo que parecía. Con tanta fruición como desesperación, el estratega revolucionario compara y mide el tiempo real con el tiempo ideal, las coordenadas locales con las universales, a fin de dar la estocada en el lugar más débil de la Bestia; una y otra vez el perro infernal caerá bajo los estoques certeros del analista, pero una y otra vez este perro, transmutado, duplicado, resucitado en suma, reaparecerá exigiendo el poder que le corresponde; también el marxismo tendrá su hora negra y su 'Sofista'. Hay que regresar a los cuarteles de Invierno, comenzar de nuevo- en filosofía, como en la teoría de la revolución, siempre hay que comenzar de nuevo- y preparar la nueva estrategia. La sombra de la Bestia es alargada; el filósofo y el revolucionario -maldición escrita en fuego- siempre han vivido bajo ella. 


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