Un
hilo muy fino une al marxista y al revolucionario con el filósofo;
no sabemos si porque en todo filósofo hay oculto un revolucionario o
porque el revolucionario debe postularse como filósofo si quiere dar
sentido y dirección a su revolución. Pero sobre todo están unidos
por fundar su tarea en torno a una resistencia, una bestia
negra casi omnipotente- y aquí es el casi lo fundamental- en
torno a la cual, como pájaros al acecho, se reúnen una y otra vez
los discípulos de Platón y los de Marx; la importancia de esta
bestia, de este insobornable obstáculo, es tal que define de
hecho el espacio y el tiempo, la ética y la metafísica de las
labores de estos discípulos; la tensión entre la resistencia y la
fuerza que se le opone producen la identidad del filósofo y del
revolucionario- en el filósofo, es la tensión hacia el concepto,
hacia la Idea; en el revolucionario, la oposición permanente hacia
la bestia negra del Capital, todopoderoso animal que ocupa casi todo
el espacio existente y pensable. En el 'casi', en la miseria
ontológica que, a la manera de residuo, deja la bestia Idea-Capital
a su paso, se fraguan todas las estrategias, las artimañas, las
tácticas, los repliegues, las teorías y la clase de conceptos que,
como atizadores en la leña, harán saltar por los aires las entrañas
de la Bestia; es un espacio muy pequeño, casi inexistente, y sin
embargo de una importancia extrema: pues es en esa pequeña brecha
donde tendrán que vivir el filósofo y el revolucionario. No hay
otros campos de lucha, ni siquiera desde la potencia desnuda del
concepto, que se puedan permitir estos excavadores insaciables de lo
imposible en las entrañas de lo posible-pues no de otro lugar se
puede extraer lo imposible-. Entre Platón y Marx, entre el fundador
de la Idea-concepto y el iconoclasta filosófico, hay un vínculo
oculto, una necesidad solo confesable a medias, cuando no negada. El
filósofo del Bien ha de concebir toda una procesión de movimientos
de la inteligencia que le lleven a la sagrada contemplación,
percepción que no obstante no pertenece a los frutos de la vida- la
muerte socrática como apertura a la verdad- sino al dominio del
Inframundo; despedazado en dos por el problema del Uno- divina
paradoja- y de su realización en el cuerpo mundano, el filósofo
Platón introduce sus hilos de pesca en un océano del que ya no
puede salir; la Bestia es más grande de lo que parecía. Con tanta
fruición como desesperación, el estratega revolucionario compara y
mide el tiempo real con el tiempo ideal, las coordenadas locales con
las universales, a fin de dar la estocada en el lugar más débil de
la Bestia; una y otra vez el perro infernal caerá bajo los estoques
certeros del analista, pero una y otra vez este perro, transmutado,
duplicado, resucitado en suma, reaparecerá exigiendo el poder que le
corresponde; también el marxismo tendrá su hora negra y su
'Sofista'. Hay que regresar a los cuarteles de Invierno, comenzar de
nuevo- en filosofía, como en la teoría de la revolución, siempre
hay que comenzar de nuevo- y preparar la nueva estrategia. La sombra
de la Bestia es alargada; el filósofo y el revolucionario -maldición
escrita en fuego- siempre han vivido bajo ella.
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