La
estación X-27- cercana a Próxima Centauri- navega a la deriva a
través del espacio interestelar. A dos años luz, la máquina de
abasto nuclear T-80, último criadero de la especie humana, comienza
también a mostrar fallos preocupantes. 'Hemos escapado al destino
fatal'- dijo una vez el antepasado terrestre, pletórico de energía
y éxtasis- pero, doce mil años más tarde, el destino fatal ha
encontrado de nuevo a sus descendientes, aunque fuera del planeta que
les dio la vida. En estos doce mil años, han sido muchos los Ícaros,
los Prometeos y los Odiseos que han descubierto nuevas estrellas,
luchado contra tormentas interestelares, meteoritos asesinos y otros
peligros cósmicos. Pero sus descubrimientos no han traído con ello
el olor a la vida, sino solo rastros inertes que despliegan su
materia inconsciente a lo largo y ancho de la eternidad. El destino
ya alcanzó de hecho al ser humano doce mil años antes- ellos no lo
saben todavía, quizá no lo sepan jamás- cuando aún vivía sobre
la tierra. La larga pero estéril travesía a través de los eones
intergalácticos no ha supuesto ninguna salvación, sino tan solo una
prórroga a manera de purgatorio cósmico. La estación X-27, última
esperanza de reproducción, es absorbida finalmente por una órbita y
desaparece en mil pedazos. La máquina de abasto se pudre poco a poco
y se pierde silenciosamente en el enjambre estelar. Ni un alma será
testigo de este silencio, tan definitivo para la raza humana como
frívolo para sus vecinos de hidrógeno y helio. Nadie asistirá a
este funeral galáctico, ni tan siquiera los dioses o sus angelicales
sirvientes.
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