Desde
Nietzsche y Marx, vivimos en territorio desconocido. Como Alejandro
al abandonar su tierra natal, y por fin cruzar el Hindu Kush para
aterrizar en ese espantoso, extraño e inaudito país llamado India,
lleno de animales imposibles y tormentas terroríficas, nosotros
navegamos en ese mar de la post-modernidad sin las herramientas que
nos servían en el antiguo mundo: Dios, la trascendencia, el sentido
de lo objetivo, son ahora reliquias interesantes para los museos de
la inteligencia, pero instrumentos inútiles en el océano de lo
nuevo. Toda superación de lo dado tiene selladas las puertas del
cielo y de los dioses; en el plano monótono del devenir, solo
podemos imaginar potencias creadoras en su seno; toda fuerza
trascendente debe limitarse ahora a trabajar en su interior. Queda
curvar el espacio de lo inmanente, extender y hacer cada vez más
grande, más espacioso y más habitable, el plano irrebasable de
inmanencia.